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Existe una
ley llamada “natural”
La existencia de una
ley natural es postulada por la misma razón. Si aceptamos la
existencia de Dios y la creación de todo cuanto existe por parte de Dios,
debemos aceptar la existencia de un plan eterno de Dios sobre la creación; como
consecuencia se sigue la existencia de cierta correlación en las creaturas
mismas, pues toda regla y medida se encuentra de un modo en el que regula y de
otro en el que es regulado.
Esta
ley está presente en todos los seres. Sin embargo, en el hombre tiene algo
particular. Las creaturas irracionales se manejan por instintos ciegos; buscan
los bienes que los perfeccionan, pero sin entender que son bienes ni que los
están buscando; simplemente buscan. No tienen conciencia de buscar; son
arrastrados. Se defienden cuando los atacan porque aman instintivamente su vida
y no la quieren perder; pero no entienden lo que es la vida. Se aparean y
procrean y luego alimentan y defienden a sus crías porque aman ciegamente el
bien de la especie, aunque no entiendan lo que es el amor sensible que sienten
ni lo que es la especie (por eso, cuando sus cachorros ya no los necesitan más,
se olvidan de ellos). Viven en manada porque se deleitan en convivir con los de
su propia especie, pero no entienden lo que eso significa. Gozan de estar
juntos, pero no hacen amistad. Los instintos son los hilos invisibles que los
hacen moverse en el escenario del mundo como las marionetas de un infantil
teatro de juguete.
Hay con el hombre una distancia abismal. También él lleva grabado en su ser el
Plan de Dios. Pero los suyos no son instintos ciegos. Recibe también de Dios la
luz de la razón que le permite descubrir y leer ese Plan, y la libertad para
ejecutarlo. En esto consiste su prerrogativa. Dios lo manda al gran teatro del
mundo con un libreto lleno de sabiduría y con ojos espirituales para leer y
comprender, para amar ese plan y para ejecutarlo. Esa es la ley natural: “En lo
profundo de su conciencia –afirma el Concilio Vaticano II–, el hombre descubre
una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz
resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándolo siempre a
amar y a hacer el bien y a evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el
hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia está la
dignidad humana y según la cual será juzgado (cf. Rom 2, 14-16)”[7]. Este
“código está inscrito en la conciencia moral de la humanidad, de tal manera que
quienes no conocen los mandamientos, esto es, la ley revelada por Dios, son para sí mismos Ley (Rom
2,14) Así lo escribe San Pablo en la carta a los Romanos; y añade a
continuación: Con esto
muestran que los preceptos de la Ley están inscritos en sus corazones, siendo
testigo su conciencia (Rom 2,15)”[8].
Se trata, por tanto, de una ley
divina, porque ha sido querida y promulgada directamente por Dios;
se llama natural no en contraposición a la ley sobrenatural, sino por oposición
a la ley positiva (divina o humana). Su nombre propio es “ley divina natural”.
¿Por qué se la llama natural? Ante todo, porque no impone sino cosas que están
al alcance de la naturaleza humana razonable, mandadas porque son buenas en sí
mismas (la veracidad, el amor de Dios), o prohibidas porque son malas en sí
mismas (como la blasfemia, la mentira). Además, porque es conocida por la luz
interior de nuestra razón, independientemente de toda ciencia adquirida, de
toda ley positiva e incluso de toda revelación (aunque Dios, en su misericordia
también nos la revele). Tal luz nos permite distinguir entre el bien y el mal
por comparación de nuestras inclinaciones hacia sus fines propios. Es por eso
que, a través de ella puede establecerse el fundamento para determinar la
moralidad objetiva universal de las acciones humanas.
¿Cómo es esa ley
natural?
Esta ley natural tiene varias características, las más importantes de las
cuales son tres: es universal, inmutable e indispensable.
Universalidad.
La ley natural es válida para todos los hombres. Niegan esta verdad todos los
que defienden algún modo de relativismo cultural o geográfico (o sea, los que
sostienen que los principios morales o éticos dependen exclusivamente de cada
cultura o cada región; así los que dicen que no tiene el mismo valor moral en
homicidio o el adulterio en nuestra cultura occidental que entre los
hotentotes). En el fondo estos relativismos confunden el valor objetivo de la
ley natural con su posible desconocimiento por parte de algunos hombres. La ley
natural es válida para todo ser humano porque se deduce, como ya hemos
indicado, a partir de las inclinaciones naturales del hombre. Habiendo unidad
esencial en el género humano, los preceptos han de ser necesariamente
universales. El hombre, con las estructuras fundamentales de su naturaleza, es
la medida, condición y base de toda cultura[16]. Sin embargo, otra
cosa es que todos los hombres conozcan todos estos preceptos. En este sentido
los filósofos y teólogos distinguen entre los distintos niveles de la ley
diciendo que: sobre el precepto universalísimo no cabe ignorancia alguna por su
intrínseca evidencia; sobre los primeros preceptos cabe la posibilidad de
ignorar algunos, aunque no durante mucho tiempo; esto se agrava en la situación
real del hombre caído (pero dicen que es imposible ignorarlos todos en
conjunto); finalmente, sobre las conclusiones remotas caben mayores
probabilidades de ignorancia inculpable, de oscurecimiento de la razón debido
al pecado y de error en el procedimiento del razonamiento práctico. Digamos de
paso que esto postula la necesidad moral de la gracia y la revelación para que
las verdades religiosas y morales sean conocidas de todos y sin dificultad, con
una firme certeza y sin mezcla de error.
Inmutabilidad.
La ley natural es también inmutable, es decir, que permanece a través de las
variaciones de la historia; subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres y
sostiene su progreso[18]. Se opone a esta verdad el relativismo
histórico o evolucionismo ético que sostiene que la moralidad está sujeta a un
cambio constante (o sea, que una cosa es la moral en nuestro tiempo y otra la
moral de los tiempos de Cristo; y otra será la moral del próximo siglo).
Nuevamente estamos ante una confusión de planos. Podemos distinguir una
inmutabilidad objetiva y una inmutabilidad subjetiva. Objetivamente hablando
la ley natural admite un cierto cambio cuantitativo en el sentido de que puede
lograrse con el tiempo una mayor declaración de los preceptos contenidos en
ella; pero esto no significa que verdadera cambie sino que los mandatos se van
explicitando, concretando y conociendo más. Desde el punto de vista de los
sujetos la ley natural es inmutable en cuanto no puede borrarse del corazón del
hombre, del mismo modo que no puede éste perder su naturaleza.
Indispensabilidad. La ley natural no admite excepciones. Santo Tomás
aceptaba sólo la posibilidad de la dispensa realizada por el mismo Dios, en
cuanto autor de la naturaleza, de algún precepto del derecho natural secundario cuando
lo exige un bien mayor, ya que éste salvaguarda sólo los fines secundarios de
la naturaleza. Tal es el caso, por ejemplo, de la permisión en el Antiguo
Testamento de la poligamia y del divorcio[19]. Pero nunca hay
excepción ni dispensa de ningún precepto primario[20]; por eso, las
aparentes excepciones que admite la moral en los casos de hurto y homicidio no
son verdaderas excepciones de la ley natural, sino auténticas interpretaciones
que responden a la verdadera idea de la ley
LEY DIVINA.
La ley divina se expresa en los mandamientos de Dios y en los preceptos
de la Iglesia. Los mandamientos y los preceptos son la síntesis concreta de
todo lo que el hombre debe hacer o evitar para adquirirla las virtudes,
conquistar la verdadera libertad y alcanzar el Sumo Bien.
Dios ha dado su ley para que el hombre no se engañe sobre lo que es su
verdadero bien. A menudo sucede que las personas no quieren entender para no
tener que hacer el bien, es decir, encuentran muchos argumentos para
justificarse, y hacer aquello que es más fácil y cómodo en vez de lo que es
justo.
Cada mandamiento o precepto contiene una parte positiva (las
"ordenes" que se deben cumplir) para realizar el bien, y una parte
negativa (las "prohibiciones" que se deben observar) para evitar el
mal.
Los mandamientos se pueden comparar con la "receta del
médico". El médico en su prescripción compendia su ciencia: manda lo que
debemos hacer e indica lo que debemos evitar para adquirir y mantener la salud
y el bienestar físico. Así, Dios con los mandamientos prescribe lo que debe ser
cumplido y prohíbe lo que debe ser evitado para que alcancemos y conservemos
nuestra salud y belleza interior, conformes a la dignidad humana y a nuestra
adopción de hijos suyos.
Jesucristo, que es "el camino, la verdad y la vida", es el
maestro que nos enseña cómo deben ser observados de modo perfecto los
mandamientos y los preceptos.
¿Qué es
la ley de Dios?
Es el camino que Dios nos indica para conducirnos a la plena realización
de nosotros mismos, y a la consecución del fin de nuestra vida que es la
felicidad eterna.
¿Cómo se divide la ley de Dios?
La ley de Dios se divide en ley natural y ley revelada.
¿Qué es
la ley natural?
Es aquella ley en el corazón de todo hombre que nos manda ante todo
hacer el bien y evitar el mal. Ella ordena, pues, obrar siempre según la razón
para alcanzar los bienes fundamentales del hombre, o sea, la conservación de la
propia existencia, la procreación y la educación de los hijos, la búsqueda de
la verdad, sobre todo la verdad de Dios y la construcción de una sociedad
humana basada en la justicia.
¿Qué es
la ley revelada?
Es la ley promulgada por Dios en el Antiguo y en el Nuevo testamento.
¿Qué añade la ley revelada a la ley natural?
Añade esencialmente los dos preceptos de la caridad enseñados por Jesús:
- Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todas tus fuerzas.
- Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
- Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
¿Dónde
está sintetizada toda la ley divina, tanto la natural como la revelada?
La ley de Dios está sintetizada en los diez mandamientos. A ellos se
añadieron después los preceptos de la Iglesia.
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